Kayak en el fin del mundo
Estrecho de Magallanes
Remar, caminar, acampar, comer, repetir. Javier González explora el estrecho de Magallanes, al final del continente sudamericano, en una de sus aventuras. Allí donde los mapas marcaban antaño “Terra Australis Incognita”, territorio desconocido, la Patagonia chilena. Tierra de Awascars y Selkmans. De navegantes, exploradores y colonos.
Mira por la ventanilla del avión: verás un océano de montañas nevadas, glaciares titánicos que desprenden sus témpanos de hielo en fiordos y grandes lagos, y ríos caudalosos que serpentean por una interminable extensión de terreno salvaje, crudo y descarnado: un territorio espectacular para los que tienen alma de exploradores.
Que los mapas pueden engañar no es ningún secreto, y cuando se busca el extremo sur de la Patagonia chilena, es fácil dejarse engañar por las distancias. De España a Punta Arenas hay casi 30 horas de vuelo si contamos las escalas. Es el precio que hay que pagar por aterrizar en uno de los lugares más remotos y vírgenes del planeta. A cambio, obtendrás una buena dosis de lo que buscas: paisajes naturales de fastuosa belleza y dimensiones colosales. Ningún mapa puede representar la magnitud de la naturaleza del sur de Chile.
Estrecho de Magallanes
El Estrecho de Magallanes es uno de los puntos geográficos con más historias navales del planeta. Por estas aguas han navegado Magallanes, Juan Ladrillero, Francisco de Ulloa, Francis Drake, Fitz Roy y Darwin. Ilustres exploradores cuyas historias se mezclan con cientos de otras, cuyas vidas naufragaron en el fondo de estas aguas implacables. O peor, muerto de hambre en sus costas.
Una de mis historias favoritas es la de Pedro Sarmiento de Gamboa. En 1584 fundó las primeras poblaciones de su incipiente gobierno -las ciudades de Nombre de Jesús y Rey Felipe- como parte del intento de colonizar el Estrecho de Magallanes. Pero sus habitantes perecieron de hambre debido a la escasez de alimentos y a las condiciones climáticas extremas. El último superviviente de este asentamiento final fue rescatado a principios de 1590 por un barco inglés. Desde entonces, se conoce como Puerto del Hambre.
Monte Tarn
“Tenemos que avisar a los carabineros sobre la actividad que vamos a realizar. Desde Río San Pedro no hay nada y, en caso de problemas, es conveniente que sepan quién está en la zona”, dice nuestro guía Roy, un tinerfeño con alma chilena tras muchos años trabajando en el país.
La furgoneta nos lleva por la carretera que recorre la costa oriental de la península de Brunswick, en la orilla continental del estrecho de Magallanes, y a pocos kilómetros del cabo Froward, el punto más meridional de toda la masa continental de América. El ambiente fuera es frío y húmedo, aunque los rayos del sol iluminan los picos nevados que nos rodean.
Hoy vamos a escalar el monte Tarn, de 825 metros. “Mucha gente se confunde por la envergadura de la montaña: su altura no supera los mil metros, pero su carácter es de alta montaña”, nos dice Roy. Nos ponemos las polainas sobre la arena nevada de la playa al pie del sendero. Raquetas de nieve en la mochila. Al fondo se ven las montañas nevadas de la tristemente célebre isla Dawson, que sirvió de campo de concentración para los indios Selkman y, más tarde, para los prisioneros de la dictadura.
Avanzamos por un laberinto de raíces en un frondoso bosque de lengas, una de las especies arbóreas más predominantes de la zona. Junto con los ñirres y los cohiues, todos ellos pertenecientes a la familia de los Nothofagus, también se les conoce como las hayas del sur. En nuestra ruta también encontraremos cipreses guaitecas y canelos, el árbol sagrado de los mapuches. Pasear por la turbera es entretenido. Es como pisar una esponja llena de agua. Hay que pensar cada paso para evitar pisar agujeros profundos de agua y barro.
“La península es una turbera gigante”, me dice nuestra guía local Stefi, natural de Punta Arenas y guía de senderismo en la zona. “No hay mucha gente local que haga estas rutas; la mayoría hace cosas más fáciles. Muchos vienen sin el equipo adecuado; otros se pierden. Algunos han muerto”.
Nos calzamos las raquetas en un mirador con vistas a la cara sur del monte Tarn, una delicia andina con atractivos corredores para esquiadores de alto nivel y las aguas del Estrecho y las islas de Tierra del Fuego justo enfrente. A partir de aquí, el terreno se convierte en una inhóspita llanura patagónica, nevada y azotada por el viento. “En invierno, es casi más fácil avanzar aquí con raquetas de nieve que en verano caminando”, me dice Roy. Un par de falsas cumbres preceden al objetivo final. La temperatura desciende drásticamente en la cima debido al gélido viento. Pero las vistas son gloriosas: una maravillosa tierra de mar y montañas bañada por la luz fría y magnética de las latitudes extremas. ¿Qué es esa hermosa montaña que sobresale en el horizonte? Pregunto. “Es el monte Sarmiento”, me dice Stefi. “En honor a Pedro Sarmiento de Gamboa”.
Las vistas son gloriosas: una maravillosa tierra de mar y montañas bañada por la luz fría y magnética de las latitudes extremas
Kayak y camping
“Aquí, en la Patagonia, tienes que aprender a adaptarte cada día”, Cristian, el propietario de Kayak Agua Fresca agencia, me dice. “Los operadores turísticos debemos ser flexibles con los programas y saber mover las fichas en función del tiempo”. Precisamente, el tiempo ha obligado a llegar en zodiac al punto de partida de la excursión en kayak. Un pescador nos llama desde su pequeña barca y nos da una bolsa de erizos de mar recién pescados, una delicatessen local.
Los kayaks nos esperan en la orilla del Faro de San Isidro, cerca de las ruinas de una antigua estación ballenera. “Una empresa noruega mató aquí miles de ballenas entre 1905 y 1915”, nos cuenta Cristian. “En el año 2000 sólo se contaron 35 ballenas en el Estrecho, pero esa cifra sigue en aumento. El año pasado se contaron unas 300 ballenas jorobadas”
Subimos a los kayaks dobles, ansiosos por remar en las aguas del Estrecho, donde tantos navegantes han sucumbido a la fuerza de los mares y a las inclemencias del tiempo. Remamos tranquilamente, sobrecogidos por los agrestes paisajes, tan prístinos como solitarios. El tiempo y el estado del mar son impredecibles: en un momento el agua parece un espejo, al siguiente las olas son azotadas por el viento. Te puede calentar un rayo de sol, pero luego te empapa un gélido rocío marino. En cuestión de segundos, una suave brisa puede convertirse en un huracán. A menos que se haya estado allí, es imposible comprender la fuerza de los vientos patagónicos, donde hasta los árboles ceden a su ímpetu y crecen peinados a su antojo.
En lo alto de un islote rocoso cercano a la costa, tres leones marinos macho rugen al sentir que nos acercamos. El mayor, rodeado de hembras y juveniles en lo alto de la roca, no parece contento con nuestra llegada. Nos alejamos cautelosamente, perseguidos por los juveniles que saltan al agua para acompañarnos en nuestro viaje. De vez en cuando, asoman la cabeza para saludarnos, vigilarnos o mostrar curiosidad por nuestra presencia.
Llegamos a la bahía de San Nicolás, mojados y cansados, pero felices. Una comida caliente nos espera en la playa, en un campamento improvisado. En la orilla nevada divisamos algunas huellas de puma. Ha cazado a su presa y la ha arrastrado al río cercano.
Una especie de romanticismo
“Aquí, en esta parte de la Patagonia, todo es más difícil”, me dice Cristian mientras descargamos los kayaks en la playa del campamento. “La logística, el transporte… Imagínate si tuviéramos que hacer un rescate hoy: no habría sido tan fácil, aunque lo tenemos todo bien preparado y atado para cualquier inconveniente”.
Mojarse forma parte de un viaje en kayak. Sobre todo en invierno, y más aún en el Estrecho de Magallanes. El tiempo en estas latitudes puede ser muy hostil. Hoy, por ejemplo, llueve a cántaros, y lo mejor es olvidarse de ello. Aprender a convivir con el agua y la humedad. “A veces son los clientes a los que les cuesta adaptarse a los cambios”, continúa Cristian. “Este es un tour para viajeros, no para turistas. Son personas especiales las que hacen estos recorridos. Para nosotros operar también es una especie de romanticismo”.
Mojarse forma parte de un viaje en kayak. Sobre todo en invierno, y más aún en el Estrecho de Magallanes. El tiempo en estas latitudes puede ser muy hostil
El mal tiempo nos obliga a permanecer un día en el campamento. Pero no hay mal que por bien no venga. Encendemos un fuego lo bastante grande para que la lluvia no le afecte. Es fácil imaginar las inmensas hogueras que dieron nombre a Tierra de Fuego, cuya costa se divisa en el horizonte. Es el momento de escuchar historias mientras se degusta un plato de ensalada de centollo del Estrecho y una cerveza Austral.
“Los kaweskar eran nómadas marinos que recorrían las islas y canales entre el Golfo de Penas, al norte, y el Estrecho de Magallanes, al sur”, nos cuenta Roy. “Vivían de la caza de leones marinos y focas y de la recolección de marisco y pescado. Viajaban en canoas hechas con tres trozos de corteza de árbol, unidos con fibras vegetales o barbas de ballena. En muchas ocasiones dormían en ellas, vestidos sólo con una capa de piel de foca que les cubría la espalda o el pecho y, para hacer frente al frío, se cubrían el cuerpo con tierra coloreada mezclada con grasa animal. Hoy sobreviven unos pocos en Puerto Edén”.
“Los kaweskar vivían de la caza de leones marinos y focas y de la recolección de marisco y pescado. Viajaban en canoas hechas con tres trozos de corteza de árbol”
Cabo Froward
“Vuestro sur es nuestro norte”, me responde Cristián cuando le pregunto por qué la brújula invertida señala en el logotipo de Kayak Agua Fresca. “En los mapas, como en la vida, todo es cuestión de perspectiva”. Estamos pasando el río Nodales de camino al punto de partida de la ruta que lleva a la Cruz de los Mares en el pico que corona el cabo Froward.
Cabo Froward, antiguamente llamado Morro de Santa Águeda, es el punto más meridional de la masa continental americana. Fue el pirata inglés Thomas Cavendish, en enero de 1587, quien dio nombre al lugar. El nombre significa valiente, hostil o incontrolable.
El camino hasta la cima es empinado. Las lluvias del día anterior también han hecho que esté resbaladizo. Como si avanzáramos por la Vía Dolorosa de Jerusalén, unos hitos de madera marcan las estaciones antes de llegar a la cruz. En algunos tramos, nos encontramos en un bosque encantado. En otros, es necesario avanzar por empinadas escaleras metálicas. Las vistas desde la cumbre son magníficas. Un punto de observación privilegiado a la inconmensurable naturaleza que nos rodea. Mar y montaña. Playas y glaciares. Un cóndor gigante sobrevuela la zona. “Dentro de cinco años, todo esto será un Parque Nacional”, me dice Cristian.
Kayak de ida y vuelta al fin del mundo
Aventuras en kayak
Kayak Agua Fresca es una agencia local especializada en excursiones en kayak y observación de la fauna en el Estrecho de Magallanes. Sus paquetes incluyen tanto excursiones de un día como viajes de una semana combinados con acampada. Kayak Agua Fresca recibió el premio al Mejor Viaje de Aventura Internacional de la revista Oxígeno en 2017.