Senderismo a través de la historia
El Jordan Trail
¡Qué verde está todo! Es primavera en Jordania, y un poderoso verde inunda el paisaje del norte del país. El valle del río Jordan y las colinas y montañas a nuestro alrededor están engalanadas de árboles frutales, pinos, palmerales, praderas, trigales y flores. Todo brilla bajo el potente sol mediterráneo. Pero espera un segundo… ¿No era Jordania un país desértico?
“Fui el primer guía del norte de Jordania”, nos cuenta Ahmed Alomari, un guía de senderismo con décadas de experiencia acumulada bajo sus suelas. “Desde el principio, participé en la creación del Jordan Trail”, dice orgulloso mientras preparamos nuestras mochilas. Estamos en Umm Qais, una ciudad de origen grecorromano en el extremo norte del país, famosa por sus ruinas bien conservadas. Desde aquí parte el primer tramo de la Jordan Trail, el famoso itinerario de senderismo de 675 kilómetros que recorre el país de norte a sur. Una señal marca el inicio del sendero. Tenemos botas y bastones de trekking. Gorras y protección solar. Agua y bocadillos en nuestras mochilas. Estamos listos.
“¿Sabes quiénes son los mejores creadores de caminos?” nos pregunta Ahmed. “Los burros”, responde. “Este es el sendero que iba del pueblo al manantial, y lo recorrían burros a diario”. De hecho, el sendero sigue el curso de un arroyo salpicado de pequeños charcos de agua, señal de las recientes lluvias en la zona. A nuestro alrededor la primavera ha explotado en plantas, arbustos y flores de todo tipo. El incesante zumbido de los insectos nos acompaña. Ahmed nos detiene a la sombra de un árbol. “Es un Ziziphus spina-christi. El árbol con el que se hizo la corona de espinas de Jesucristo”. Una rápida búsqueda en Internet me dice que se considera uno de los árboles del paraíso. Ahora mismo, su sombra me parece la definición perfecta del Edén.
LA TOSCANA JORDANA
El segundo tramo del camino nos sorprende con un bucólico paisaje mediterráneo digno de la Toscana: ondulantes campos de cultivo, hileras de olivos y suaves colinas con casas de campo aquí y allá. Los cencerros de un rebaño de cabras rompen el silencio. Guiadas por un pastor a lomos de su mula, las cabras esquilman el vergel de pastos y arbustos que nos rodea.
“Mi abuelo me contó que, hace cien años, allí abajo crecían melones”, me dice Mohamed, señalando una depresión del valle con abundante agua donde bebe un gran rebaño de cabras. Mohamed nació y creció en el pueblo. Podría guiarnos con los ojos cerrados. Aunque es parco en palabras, es generoso en sonrisas.
“Este es el camino que iba del pueblo al manantial, y los burros solían recorrerlo todos los días”
Un potente rebuzno resuena en las paredes del cañón. Cerca, unos pastores descansan a la sombra del único árbol de la ladera. Nos reciben con una sonrisa. “As-salamu alaykum”. Mohamed busca leña seca y prende un pequeño fuego. Es la hora del té.
“Hace sólo unos días que acompañamos a los miembros de la familia real jordana hasta aquí”, nos dice. “También vienen muchos viajeros de países del Golfo Pérsico a admirar los verdes paisajes inexistentes en sus países”. Una brisa crea un hipnótico oleaje en los campos de trigo a nuestro alrededor. Trato de disfrutar de la belleza del momento. “La mayoría de los viajeros observáis los paisajes. Muchos otros sólo me preguntan por el siguiente restaurante.”
EN LA CASA DE ELA
Umm Qais está a la vanguardia del desarrollo del turismo comunitario en Jordania. Para comprobarlo, reservamos en Beit Na’Ela, una casa de comidas local que acumula excelentes críticas en internet. Un grupo de mujeres se ha asociado para ofrecer cursos de cocina tradicional jordana y por supuesto ofrecer comidas a los viajeros. Sentados en las alfombras de su salón, devoramos Makdous (berenjenas al horno acompañadas de pan y yogur), Mahashi (hojas de parra rellenas de arroz y pollo), Cha’cheel (albóndigas de lentejas con cebolla y huevo) y Kibbeh (croquetas de carne picada y especias).
“Algunos grupos consiguen comérselo todo, pero no es lo habitual…”, nos cuenta Ela, la orgullosa propietaria del negocio donde ha cocinado para gente de todo el planeta. “Aunque también vienen a veces lugareños a comer”. Y no es de extrañar: materias primas locales y preparación casera. Simplemente delicioso.
Devoramos Makdous, berenjenas al horno , Mahashi, hojas de parra rellenas de arroz y pollo, Cha’cheel, albóndigas de lentejas con cebolla y huevo, y Kibbeh, croquetas de carne picada y especias
UNA VIDA ENTRE RUINAS
“Yo nací y crecí aquí,” nos dice Ahmed Alomari señalando unas ruinas dentro del complejo arqueológico de Um Quais. Estamos en las afueras de la histórica ciudad de Gadara, testigo de 2.400 años de historia y centro cultural de la región en los tiempos helenísticos y romanos. Aquí, en Um Qais, hay yacimientos romanos de gran valor: calles pavimentadas, fuentes, túneles, un gran anfiteatro y numerosas columnas que se mantienen erguidas frente al paso del tiempo. Y casas. Porque lo que hoy es una atracción turística, estuvo habitado no hace tanto tiempo.
“Jugaba al escondite entre estos muros y piedras,” nos dice Ahmed. Su padre construyo la casa en 1945 junto al anfiteatro romano, en un lugar que ya habitaban más familias. “Estás piedras que nos rodean están llenas de vida para mí: recuerdo los animales, los olivos, el horno en el que cocinaba mi madre, el olor del té…” nos dice visiblemente emocionado.
Ahmed creció conviviendo con los turistas que visitaban las ruinas y que a veces entraban en su casa en busca de agua. Así se forjaron sus sueños de algún día ser un guía turístico. Un objetivo que cumplió formándose en idiomas e historia de forma autodidacta. Hoy combina sus conocimientos de las distintas civilizaciones que pasaron por Gadara con las anécdotas de su propia vida en familia cuando creció entre las ruinas de esas mismas civilizaciones. “Estas columnas del foro eran las porterías donde jugábamos al futbol,” nos cuenta con una sonrisa.
Ahmed recuerda el día exacto del desalojo: el 7 de junio de 1987. Cogió su bicicleta y pasó dos días durmiendo en la tienda de campaña para resistir, hasta que su propia familia logró echarlo. “Lloré dos días seguidos,” nos dice.
Caminamos hacia el atardecer por la calle empedrada. Grupos de niños se persiguen y juegan a la pelota. Jóvenes a caballo ofrecen paseos a las familias de turistas que visitan la zona. Nos acercamos hasta un punto panorámico en el que un cartel nos marca las vistas: el mar de Galilea, los altos del Golán y la garganta del río Yarmuk. Contemplamos el ocaso sobre el horizonte de tres países: Jordania, Siria e Israel. Antes de despedirse, Ahmed nos
dice una frase que resume bien su vida entre ruinas: “la gente siempre pregunta dónde vives, pero no qué ciudad vive en ti.”
Selección de Viajes WideOyster
A TRAVÉS DEL TIEMPO
Un enorme rebaño de ovejas ara las colinas que rodean las imponentes ruinas romanas. Un paisaje cuyo verde sorprende al viajero proveniente del desértico sur. Estamos en Pella, también conocido como Tabaqat Fahl. Bajo nuestros pies hay capas y capas de historia enterradas bajo ondulantes praderas mecidas por el viento del valle del Jordan. Suena música árabe de fondo en los coches de varias familias que hacen picnic bajo la sombra de enormes sauces.
Los romanos se asentaron aquí por la abundante agua, pero antes que ellos ya lo hicieron los griegos, o incluso nuestros ancestros cazadores-recolectores y de edades tan lejanas como la de bronce o hierro. El despiadado sol me hace buscar refugio bajo las columnas que se mantienen erguidas desafiando a la gravedad . Muchas otras han sucumbido al paso del tiempo. Las ruinas, con su poder evocador de otras épocas, hacen pensar en el valor del tiempo que se escapa.
Los romanos se asentaron aquí por la abundante agua, pero antes que ellos ya lo hicieron los griegos, o incluso cazadores-recolectores de la edad de bronce
Durante siglos Pella fue un cruce de caminos. Una encrucijada comercial entre diferentes rutas norte, sur y hacia el Mediterráneo. Los residentes ofrecían alojamiento y comida a las caravanas de comerciantes. Y se sigue haciendo hoy en día. Encaramada en la parte alta de una de las colinas que domina el lugar, se encuentra la Casa del Artista. Por fuera, más allá de su privilegiada situación, no parece nada especial. Pero nada más entrar, uno es enseguida consciente de que ha llegado a un sitio singular: una auténtica casa museo que invita a la inspiración.
A la casa no le faltan comodidades. Tres pisos, dos dormitorios, comedores y dos preciosas terrazas acomodadas para disfrutar del atardecer. Amplias camas con mosquiteras de estilo colonial, y muebles de diseño tradicional y moderno conviviendo en armonía estética. Y secretos en cada rincón y en cada cajón, incluidas todas las facilidades para desarrollar tu arte: cuadernos, lienzos, pinceles, acuarelas… Un lugar que te invita a dejar tu marca. ¿Hace cuanto que no expresas el arte que llevas dentro?
EL SENDERO DE ZOUBIA
“Fui el primero en explorar estos senderos”, nos cuenta Eisa Dweekat, un guía de senderismo con dos décadas de experiencia. Hemos quedado con él para recorrer uno de los tramos más famosos del Jordan Trail, que atraviesa el famoso Bosque de Barqash. “Soy uno de los fundadores, y ya lo he recorrido tres veces”, dice.
Nos encontramos en la cima del valle de Zoubia, que da nombre al pueblo más cercano y es uno de los puntos más altos del país. A 940 metros sobre el nivel del mar, es una zona popular para familias y parejas que quieren disfrutar de un picnic a la sombra de los numerosos robles. Los niños corretean alegremente y nos llegan los olores ahumados de la carne a la parrilla.
“Este tramo atraviesa un Parque Natural y es uno de los dos tramos más boscosos del Camino del Jordán”, nos dice Eisa mientras empezamos a caminar. “Tiene árboles verdes todo el año, por lo que es una de las etapas que se pueden recorrer incluso en verano”. Mientras caminamos a la sombra de túneles de hojas y ramas formados por los numerosos robles, no me cuesta imaginar el motivo. “Además es adecuada para gente de todo nivel, incluso familias con niños”, nos comenta Eisa.
Nuestros pasos nos llevan a las ruinas de la antigua fuente romana de Zoubia. El paraje es hermoso: un lienzo de hierba verde moteado con flores amarillas, rojas, blancas y moradas compiten por el protagonismo de la primavera. “Por aquí corría el agua todo el año”, nos dice Eisa. “Incluso recuerdo haber pescado cuando era pequeño”.
“El agua solía fluir todo el año, recuerdo haber pescado cuando era pequeño”
Caminamos hasta un mirador natural sobre el valle que une dos reservas naturales. Nos cruzamos con campistas en su ruta del Jordan Trail, jóvenes fumando shisha y algunas pequeñas pozas de agua. Eisa recoge ramas secas a lo largo del sendero rocoso. El sol cae lentamente, las risas y los gritos de los niños del pueblo resuenan en el valle y las manadas de chacales se comunican de valle a valle. Algunos aullidos suenan cerca.
Eisa saca un poco de tomillo seco de su mochila y lo añade al agua de la tetera. El olor del té inunda el ambiente mientras esperamos que se ponga el sol en el horizonte. Creo que nunca he vivido una primavera tan resplandeciente y hermosa como la del norte de Jordania. Bueno, tal vez cuando era joven, pero por otras razones.
El norte de Jordania es
una experiencia aún por descubrir
El Jordan Trail
El Jordan Trail es una ruta de senderismo de larga distancia en Jordania que conecta todo el país desde Umm Qais en el norte hasta Aqaba en el sur. Suponen 40 días de senderismo a lo largo de más de 675 kilómetros de camino, y recorre 75 pueblos y ciudades en su recorrido.