Aventura en el fin del mundo
Tierra del Fuego
Tierra del Fuego. Una caprichosa y fascinante geografía de montañas, fiordos, glaciares, bosques y lagos. Tierra de shelkmans y yámanas. Navegantes, descubridores, naufragios y colonos. Cóndores y guanacos. Darwin, Fitz Roy, Sarmiento de Gamboa, Magallanes y Drake. Tierra de aventuras, indómita y solitaria. Aislada y despoblada, alejada de todo, en el confín del mapa… El fin del mundo.
Corría el 31 de octubre del año 1520 cuando el navegante portugués Fernando de Magallanes descubrió la entrada del estrecho que posteriormente llevaría su nombre. Durante la travesía del Estrecho vio muchas fogatas que encendían los indígenas en el interior de las tierras que estaban al sur del canal, fogatas que ardían por días y despedían mucho humo, por lo que la llamó Tierra de los Humos. Carlos V dijo que no había humo sin fuego y le cambió el nombre: Tierra del Fuego.
“Será un vuelo bastante movido. Por favor, no se desabrochen los cinturones. Si escuchan fuertes golpes, no se asusten, es el sistema antihielo de las hélices”
LA CIUDAD MÁS AUSTRAL DEL MUNDO
“Será un vuelo bastante movido. Por favor, no se desabrochen los cinturones. Si escuchan fuertes golpes, no se asusten, es el sistema antihielo de las hélices. Al sobrevolar el Canal de Beagle habrá viento de norte, será un aterrizaje complicado.” Estoy en una pequeña avioneta a punto de volar de Punta Arenas a Ushuaia. Siento leves punzadas en el estómago. Son punzadas de miedo. Aventura.
Aterrizamos en la que a primera vista me parece una Innsbruck patagónica: Ushuaia, una ciudad al borde del Canal de Beagle y a los pies de las imponentes montañas nevadas del rango Martial, en un punto del mapa en el que terminan –o empiezan- los Andes. De camino al puerto me atrapa la atención el St. Cristophe, un carguero varado que en 1940 corrió la misma suerte que el barco al que intentaba reflotar. Un Tramp Steamer. Ya en el puerto, un cartel prohíbe (por ley) la entrada de barcos piratas ingleses.

Me siento un pequeño Fitz Roy mientras navego por el Beagle, el canal de los cazadores. “En el canal pasa lo mismo que en el aire, la meteo puede estar tranquila y cambiar en poco tiempo”, me dice el capitán. Antiguamente territorio de los indígenas Yámanas, hoy sirve de división entre territorio chileno, al sur, y argentino, al norte, con el paralelo 68º marcando la frontera, por lo que ha sido una zona de conflictos entre ambos países. “La Patagonia es una sola, no distingue entre Argentina y Chile”, me dice nuestra guía de Canalfun. Sierra Sorondo nos muestra sus afilados picos al norte, recortados por un magnético contraluz entre nubes. Es frecuente ver arcoiris, a veces varios al mismo tiempo. Nos dirigimos a la isla Gable, la más grande del Canal, con sus característicos acantilados con forma de techo adosado. El mapa me muestra estuarios, canales, brazos, islas, estrechos, bahías… un laberinto marítimo en el que los yámanas se movían con sus canoas. Nos detenemos a observar una colonia de leones marinos descansando plácidamente en una gran roca. Un cóndor se posa en el icónico faro de Les Eclaireurs, fotografiado hasta la saciedad como símbolo del fin del mundo.
El mapa me muestra estuarios, canales, brazos, islas, estrechos, bahías… un laberinto marítimo en el que los indígenas yámanas se movían con sus canoas
Los tajantes contornos de los Dientes de Navarino nos hacen soñar con aventuras alpinas en la isla chilena del mismo nombre. El pequeño Puerto Williams no ha crecido tanto como Ushuaia, probablemente por la falta de medidas de repoblamiento que sí ha tenido su vecina. Ushuaia, que ha crecido alrededor de su famosa prisión, pasó de tener mil habitantes en 1947 a treinta mil en los años ochenta, en parte gracias a la ley de promoción industrial que dio facilidades a fábricas y trabajadores dispuestos a instalarse en la ciudad más austral del planeta. La visión de un velero a lo lejos nos da una idea real de la bravura del mar. Unas focas nos saludan saltando como preludio de la visita de dos pequeñas ballenas jorobadas que nos sacan una gran sonrisa a todos los tripulantes. “Cuando se pone feo… ¡se pone feo!”, me dice el capitán mientras maniobra esquivando islotes poblados por bandadas de cormoranes, hacia la Estancia Harberton , un lugar icónico de la zona, llamado así por los misioneros anglicanos provenientes de esa ciudad inglesa.

Ushuaia se gestó a partir de la casa prefabricada de una misión que el reverendo W.H. Stirling levantó en 1896 junto a las chozas de los indios yámana, que significa “personas”. Durante 16 años florecieron el anglicanismo, los huertos y los indios. Hasta que llegó la armada argentina y expulsaron a las familias inglesas, y los indios murieron de sarampión y neumonía. Paradójicamente, como verbo, yámana significa “vivir, respirar, ser feliz”. Comemos en una pequeña cabaña de madera, decorada con postales y mapas fueguinos, y motivos y parafernalia marinera como redes, remos y timones. “La clave es la calidad de la carne”, me dice Juanita, la cocinera que nos ha hecho el delicioso bife criollo que rebañamos del plato, acompañado de un primoroso Malbec de nombre Postales del fin del Mundo, que no dudamos en apurar al sol antes de comenzar a andar. Un trekking de una hora y media por un sendero sin marcar, entre el típico manto de flora fueguina de arbustos y bosques de lengas con los clásicos líquenes colgantes “barba de viejo” que les dan ese toque fantasmagórico, y que son un indicador de aire puro, ya que necesitan un 98% de pureza para que vivan.
La cocinera nos ha hecho un delicioso bife criollo que rebañamos del plato, acompañado de un primoroso Malbec de nombre Postales del fin del Mundo
Progresamos por un ondulante camino que se desovillaba arriba y abajo en el que no faltan zonas de barro y hielo, jalonado de presas abandonadas por los castores, especie invasiva que se introdujo desde Canadá, y a los ahora se caza para evitar los agresivos efectos que su modo de vida priduce en el paisaje de . Caras sur nevadas y nortes peladas. Bandadas de aves sobrevolando el canal atravesado por un barco. Un cielo rosado y nubes acariciando las montañas nevadas. Pasamos por vestigios de refugios de los yámanas, identificables por las montañas de restos de conchas de mejillón alrededor. Un barco de la agencia Piratur nos acerca hasta Isla Martillo, la única isla con pingüinos en la zona, de propiedad privada. “Tenemos que cuidar la pinguinera, ¡es nuestro gran reclamo!” “Nadie sabe por qué vinieron varias parejas a vivir justo a esta isla. Pero no les deis comida, no os acerquéis demasiado y por supuesto ¡no les intentéis coger!” Pingüinos ¿no son adorables?
Pernoctamos en la Hosteria Kaiken, situada junto al lago Fagnano, el más grande de Tierra del Fuego, y muy cerca de Tolhuin, la localidad considerada el corazón de Tierra del Fuego. Fundada en 1972 alrededor de la Panadería La unión, abierta por Emilio, un tipo loco que se estableció cuando no había nada ni nadie en la zona, pero justo en la ruta que une Ushuaia con Río Grande, y se volvió un lugar de parada obligatoria para camioneros y viajeros… hoy en día merece la pena visitarla aunque sólo sea para degustar deliciosos dulces, facturas, pasteles y empanadas, y de paso admirar las numerosas fotografías que hacen de museo histórico.

FARO SAN PABLO
“Nunca juzgues un día por la meteo” leo en el 4X4 de la empresa Tierra que nos lleva por la ruta 3 que une Ushuaia con Buenos Aires tras 3.200 Kms. Según avanzamos al norte el horizonte se abre y los bosques pasan a ser de ñires (notofagus antárctica), un árbol pequeño al que le gustan los suelos fríos y duros. El terreno se ha vuelto progresivamente más árido, ya que las borrascas normalmente entran de sur y descargan en las montañas de Ushuaia. Vemos señales de peligro con guanacos dibujados. Un camión accidentado con la carga de colchones perdida. Hielo negro. Un coche quemado en la cuneta. Pisamos tierra de Selkmans, indígenas cazadores de guanacos exterminados por la violencia y las enfermedades. Horizontes inmensos, tierras yermas, meandros de arroyos que reflejan la tenue pero brillante luz del sol en la frígida mañana. Líquenes y pastos congelados por el frío matinal. Aislados grupos de vacas rumiando en pastos ocres que contrastan con los verdes bosques de ñires que lucen farolitos chinos en sus ramas. Nuestros guías sacan mate mientras vemos una estancia dividida en galpones de distintos usos: dormitorio, esquila, etc. Unos quads aparcados reflejan el progreso en unas tareas para las que se han usado tradicionalmente los caballos.
Los habitantes de estas tierras no pueden imaginar lo que sería vivir en un pueblo ¡y menos en una ciudad!
Cruzamos el río Chapel, que marca una transición entre los bosques del sur y las estepas del norte. Atravesamos pasos canadienses en pampas con puestos de nombres familiares como Asturiana o Pirinaica. “Este invierno se está haciendo de rogar”, me dice nuestra guía Juan, “todavía estamos esperando la primera gran nevada”. Una abundante capa de cirros amenaza con que el tiempo cambie en breve. Es un lugar muy solitario “pero al igual que nosotros no podemos imaginar vivir en una lugar así, los habitantes de estas tierras no pueden imaginar lo que sería hacerlo en un pueblo ¡y menos en una ciudad!”. Una parada en un mirador nos permite admirar el reflejo del sol en la inmensidad del Atlántico, con la línea de costa recortada por árboles bandera, peinados por el insistente y poderoso viento de la zona. Vuelan chimangos carroñeros. En 1949 un fuerte terremoto con epicentro en el Fagnano destruyó el faro que se estaba construyendo en el Cabo San Pablo que ahora divisamos. “No lo señales”, me dice Ana, “los Selkman creían que señalar las montañas atraía el mal tiempo”. Un águila mora surca el cielo. Un paseo por la arena precede la subida hasta el faro, desde donde las vistas invitan a no hacer más que admirar el paisaje. Un arco iris dibuja su curva en la bahía de San Pablo, en la que un carguero varado descansa desde hace décadas.
DESDÉMONA
“Mal nombre para un barco”, me dice Juan. A la vista de su destino, arrinconado en una playa del fin del mundo, el personaje de Otelo se ha demostrado apropiado para su suerte. Las malas lenguas dicen que el armador ordenó al capitán vararlo para cobrar el seguro. El óxido apenas permite ver la inscripción de Buenos Aires en su decrépito casco. Un toque decadente a un paisaje salvaje. Paseo por casas de pescadores de uralita con carteles de venta de género fresco, pero no hay ni un alma por la zona. Columnas de agua en el horizonte. No nos hemos cruzado con nadie: sólo guanacos y caranchos. Ya de vuelta, un gaucho a caballo vuelve a la estancia rodeado de un nutrido grupo de perros. De vez en cuando sierras nevadas en el horizonte contrastan con los pastos de las pampas al sol, mientras los líquenes de los árboles brillan con la intermitente luz del ocaso, y nubes negras anuncian la esperada primera gran nevada del invierno. Es el momento de resguardarse en la destilería de cervezas artesanas de montaña Garibaldi.
No nos hemos cruzado con nadie: sólo guanacos y caranchos. Ya de vuelta, un gaucho a caballo vuelve a la estancia rodeado de un nutrido grupo de perros
Fuera de la Hosteria Kaiken el viento ruge. Al día siguiente la nieve cubre bosques, carreteras y montañas. Sueño con aventuras con esquís “las montañas de la zona no son excesivamente técnicas”, me comenta Sebastian, guía de Antartur “pero en muchas el problema suele ser la aproximación, que puede ser de uno o más días”. El Mt. Cornu, el más alto de la zona, me tienta a lo lejos. Bordeamos el lago Fagnano, de 645 Km2 y ahora rodeado de una cadena de níveas colinas y montañas. Los Selkman los llamaron Khami, el lago grande. En él se encuentran dos grandes placas, lo que hace de la zona muy activa sísmicamente. Curiosamente, la geografía tectónica hace que Ushuaia se separe 1cm al año hacia África.
La nieve ha dado un giro radical al paisaje, hoy más duro e impenetrable. Remolinos de viento sacuden la nieve de los árboles mientras conducimos hacia el ojo del huracán. Giramos hacia una pista con más de 15 cm de nieve acumulados que atraviesa un denso bosque de reminiscencias finlandesas. Los 4x4s progresan con dificultad gracias a la pericia de los conductores entre nieve, hielo, enormes charcos de barro y trampas de árboles atravesados. Finalmente, llegamos a un pequeño refugio de madera en el bosque, en medio de una poderosa nevada que ha acumulado casi medio metro en veinte horas. Los árboles se han vestido con sus mejores galas invernales. La nieve bendice todo lo que toca. El asado y el vino argentino nos devuelven el calor y las ganas de seguir. Toca visitar el centro invernal Tierra Mayor, fundado en 1976 por el explorador polar Gustavo Giro, primer argentino en llegar al Polo Sur en 1965, y pionero en el desarrollo de actividades turísticas invernales en Ushuaia. “El frío de Ushuaia le recordaba a sus andanzas juveniles”, me comenta su hija, que ahora regenta el centro, “entonces comprobó que en esta zona se acumulaba mucha nieve, y era perfecto para construir su pequeño rincón antártico en Tierra del Fuego”. Hoy en día tienen circuitos de raquetas de nieve, esquí de fondo y trineos de perros.
El centro invernal Tierra Mayor fue fundado en 1976 por el explorador polar Gustavo Giro, primer argentino en llegar al Polo Sur en 1965
La agencia Antartur nos propone un paseo en raquetas en plena noche. Los perros ladran en sus habitáculos, y aúllan excitados cuando notan nuestra presencia, quizás ante la perspectiva de un paseo en una fría noche de nieve. El camino progresa por una pampa marcada por un serpenteante riachuelo. El sonido de la nieve virgen al paso de las raquetas me relaja. Unas antorchas nos indican el camino hasta un gran tipi en el que nos aguarda una velada a la luz de una gran hoguera. Pablo nos toca la guitarra mientras las chispas ascienden al cielo estrellado y la nieve cae de los árboles alrededor. Un “café del hachero” nos calienta y anima antes de volver al exterior, camino del refugio Nunatak: es hora de abrir huella sobre medio metro de nieve fresca en plena oscuridad, solo rota por la reverberación de frontales y farolillos que iluminan las huellas de nuestras raquetas. Pequeños arroyos atravesados por puentes de madera, y ningún rastro de la escasa fauna de zorros y liebres de la zona.

BAHÍA LAPATAIA
Al amanecer la estampa de Ushuaia es 100% invernal. Los perfiles de las montañas, a pesar de “sólo” tener altura entre 500 y 1.200 metros, son afilados e intimidantes. Las luces marcan los límites de la ciudad al amanecer. Las afueras tienen un toque groenlandés. A veces, el viento es tan fuerte que hasta levanta y mueve las casas… “Un día de viento en Tierra del Fuego en otros lugares sería calificado de huracán”. Aquí, como en Islandia, en un día se pueden sentir los cuatro climas.
“Somos la frutilla del postre”, me dice Juan, guía de la agencia Ushuaia Outdoors que nos va a guiar en canoas por la bahía de Lapataia, uno de los iconos del fin del mundo. “Lo bueno de conocer el Parque en canoa es que te aleja de los puntos calientes en los que se concentra más gente, y además se ve el Parque desde una perspectiva distinta” El Parque Nacional Tierra del Fuego tiene 68.909 hectáreas. Es el único de Argentina en el que contactan el ambiente marino y el bosque andino patagónico. Es decir, puedes ver un leon marino y un zorro. “Las diferencias de paisaje según la época del año son enormes, cambian mucho los colores”, me dice Juan ¿Cuál es tu época favorita? Le pregunto. “El otoño, es espectacularmente colorido. Eso sí, el invierno siempre es una aventura; no puedes ceñirte al plan como en verano, hay que saber adaptarse a las condiciones que marque la meteo”.

EL PRIMER ESQUIADOR BACKCOUNTRY DE USHUAIA
Cuenta la leyenda que Ernesto Krund llegó a Ushuaia como tripulante de un barco del que huyó a nado en el momento de partir de vuelta a Alemania. En su larga y azarosa vida fue zorrero, buscador de oro, baqueano y miembro de la policía territorial. Pero su trabajo más recordado es como cartero, llevando la correspondencia desde Ushuaia a Río Grande a caballo, cuando todavía no existía la ruta 3. En invierno hacía el trayecto en varios días con unos rudimentarios esquís de madera de lenga fabricados por él mismo. En cada tramo se había construido ranchos de troncos que le servían de tenue abrigo, en los que pasaba las noches acompañado de innumerables perros que en alguna ocasión le habían salvado la vida. Uno de esos ranchos estaba cerca de Las Cotorras, al pie del cerro que lleva su mismo nombre. “El esquí que practicaba era de largo aliento. Algunos se aventuraban a seguirle hasta el rancho, pero el Colorado –como apodaron a Krund- era inagotable: los esquís parecían formar parte de su ser y nadie podía darle alcance.” Estamos viviendo la Noche de pioneros: un bucólico paseo en raquetas hasta una réplica de la cabaña que utilizaba, en busca -de nuevo- de buena comida al calor de una estufa.
En su larga y azarosa vida fue zorrero, buscador de oro, baqueano y miembro de la policía territorial. Pero su trabajo más recordado es como cartero
Al día siguiente nos desplazamos hasta un decadente aeropuerto militar sirve de base de operaciones de Heliushuaia, la empresa de vuelos turísticos que nos abre las puertas de sus helicópteros para disfrutar de los hipnóticos paisajes de la ciudad a vista de pájaro: el puerto, la ciudad, las primeras montañas… y de repente se abre ante nosotros la vista al valle Carvajal y la Laguna Esmeralda, que activa nuestros receptores neuronales a la par que los numerosos dispositivos electrónicos con los que intentamos inmortalizar las vistas. La luz del ocaso ilumina los Cinco hermanos, el Monte Olivia… solemnes montañas que nos reciben totalmente extasiados en el punto de aterrizaje panorámico en el Cerro Le’Cloche en el que nos espera una copa de champán para celebrar el momento. Una experiencia imprescindible.
NUBES, NIEVE, ROCA Y AGUA
“Preparaos para un vuelo inolvidable”, me dice el copiloto antes de despegar. Efectivamente, he oído maravillas de las vistas de este vuelo que sobrevuela estepas, montañas y fiordos de Tierra del Fuego. nunca olvidaré la hora de vuelo entre Ushuaia y Punta Arenas a bordo de una pequeña avioneta de la aerolínea DAP, que progresa tranquila por una celestial estampa con la luz del amanecer fueguino prendiendo de tonos rosados los fiordos y montañas nevadas de la Cordillera Darwin, también conocidos como los Andes Fueguinos. Con ayuda del mapa localizo un glaciar llamado, así como el Mt. Sarmiento, que con 2.500 m es el más alto de la isla. Fantaseo con el asombro y la congoja de los primeros navegantes descubridores de estos parajes que admiro desde el aire. En el aeropuerto de Punta Arenas me confirman que nos acabamos de ahorrar 14 horas de trayecto en coche. Y aquí, ya comienza otra historia.
CON QUIÉN
- Piratour: piratour.net
- Canalfun: canalfun.com
- Tierra: tierraturismo.com
- Tierra del Fuego Aventura: tierradelfuegoaventura.com
- Antartur: antartur.com.ar
- Ushuaia Outdoors: ushuaiaoutdoors.com.ar
- Ushuaia Blanca: ushuaiablanca.com.ar
- Heliushuaia: heliushuaia.com.ar
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