Experiencias indígenas en la Puna de Tarapacá
Guardianas de la cultura aimara
Un viaje por el altiplano andino desvela un vibrante mosaico de tradiciones indígenas que han prosperado durante miles de años. Nuestro destino es un testimonio de la historia de resiliencia y empoderamiento rural de las mujeres aimaras. En un mundo que cambia rápidamente, estas mujeres han encontrado una forma única de adaptarse a través del turismo sin comprometer su esencia.
“No tomes esa ruta; suele haber bandidos”. Una recomendación así no debe tomarse a la ligera. Según nos cuentan, en la zona que estamos a punto de atravesar, los bandidos bolivianos cazan coches de turistas, llegando incluso a esparcir clavos en tramos de la carretera para pinchar los neumáticos. “Si te ocurre algo en esos dos kilómetros, la policía chilena no podrá ayudarte”, nos advierten. La alternativa, sin embargo, es un puerto de montaña por un camino de tierra lleno de agujeros y zanjas. ¿Qué diablos? Puede que haya llegado el momento de arriesgarse un poco.
“No tomes esa ruta; suele haber bandidos”.
Una recomendación así no debe tomarse a la ligera

De Putre a Cariquima
Estamos en la parte más nororiental de Chile, un territorio salvaje y extremadamente bello de volcanes nevados, llanuras saladas… y bandidos. Estamos muy cerca de la frontera con Bolivia, en el altiplano, la Puna del desierto de Atacama.
“Anoche no pegué ojo”, le digo a mi compañero de viaje, el fotógrafo Frits, mientras subimos al coche. “Hoy te toca conducir a ti”. Dormir a más de cuatro mil metros de altura siempre ha sido un reto para mí. Sabía que estaría agotado al día siguiente. O, como dicen por aquí, “puneados” – afectados. Es un peaje que debes pagar para viajar y disfrutar de algunos de los paisajes más espectaculares del mundo.
No encontraremos ni un solo coche en el camino, y apenas sentiremos la presencia de humanos – ni siquiera de bandidos
Nuestra misión: llegar al pueblo de Cariquima desde Putre, un itinerario de altura para un viaje por carretera a través del Parque Nacional de Lauca, la Reserva Natural de Las Vicuñas y el Parque Nacional del Volcán Isluga. Un viaje decorado con llanuras de sal, aguas termales y oasis, entre minas, cactus y geoglifos. Pequeños pueblos con iglesias centenarias, volcanes nevados y lagunas con flamencos. Alpacas, ñandúes, vizcachas y llamas, bofedales, fuentes termales y géiseres. Y los cielos estrellados más impresionantes del planeta.
Conducir por estas carreteras exige atención, compostura y un vehículo 4X4 adecuado. Cuanto más alto, mejor. Estar bien preparado con agua, comida y gasolina suficiente es crucial. Nadie quiere ser pillado desprevenido en medio de la nada, sobre todo con el descenso extremo de las temperaturas por la noche. La ruta nos lleva a través de una interminable extensión de pampas y volcanes salpicada de pequeños asentamientos. No encontraremos ni un solo coche en el camino, y apenas sentiremos la presencia de seres humanos…¡ni siquiera de bandidos!. Es una sensación de desolación indescriptible.

Pachamama
Soy la única empresaria turística local aquí”, dice Susana García Mamami con cierto orgullo mientras nos da la bienvenida a Cariquima. Susana es empresaria y guía local al frente de Andino Travel, una agencia especializada en itinerarios turísticos en la región de Tarapacá, en plena Cordillera de los Andes. Desde 2018, trabaja incansablemente para desarrollar el turismo en su región, un esfuerzo que comenzó como líder de una cooperativa de mujeres artesanas y lo que la llevó a tener su propia empresa de turismo. Andino Travel ha ganado el premio al mejor operador regional varias veces en los últimos años y ha transformado la vida de un grupo de mujeres aimaras -pueblos indígenas de las regiones de los Andes y el Altiplano de Sudamérica- que forman parte de las comunidades y pueblos de la zona.
“Estoy conectada con la Pachamama, con esta tierra y sus habitantes, y eso se nota en nuestras excursiones”
Para Susana, el turismo es algo más que un negocio; es una forma de vida que refleja su profunda conexión con la Pachamama, la Madre Tierra. “Estoy conectada con la Pachamama, con esta tierra y sus habitantes, y eso se nota en nuestras excursiones”, afirma convencida. Susana y las demás mujeres aimaras están redefiniendo lo que significa ser guardianas de su cultura, combinando tradición y modernidad para respetar y honrar sus raíces.
“En nuestro Tour del Altiplano, alterno visitas a los lugares más bellos de nuestra región con experiencias en las que participan distintas comunidades. Quiero que todos participen y se entusiasmen con la idea”. En cada recorrido que ofrecen, en cada historia que comparten, se puede sentir la fuerza de su patrimonio y su visión de futuro: un futuro en el que las comunidades locales sean las protagonistas de su desarrollo. “Para los turistas, las cosas que hacemos a diario son experiencias únicas”.

Entre corrales y alpacas
Las historias de estas mujeres no son sólo historias de emprendimiento, sino también de cómo mantienen vivas las tradiciones y los conocimientos ancestrales. Nos reunimos con Susana en Colchane, cerca de la frontera con Bolivia. Adentrándonos en el campo, cerca de la pintoresca iglesia de San Jerónimo y Candelaria, pasamos junto a numerosos corrales de piedra y campos de quinoa. Una mujer nos saluda desde lejos.
“Desde que empecé a caminar, empecé a pastorear con mi abuela y mi madre”, dice Celia Challapa. Originaria del pueblo de Cotasai, Celia es otra mujer aimara cuya vida refleja una profunda conexión con la tierra y los animales. Se viste al estilo tradicional: una colorida manta o aguayo (manta tejida), sombrero y chalón (un chal largo, normalmente de lino). También lleva una honda, “para defenderme de los zorros y otros animales que quieren atacar al rebaño”, dice mientras demuestra su habilidad con la honda disparando una piedra a gran distancia. “Aprendimos y trabajamos desde los tres o cuatro años. Pero mucho ha cambiado en los últimos veinte años: los niños ya no saben, ni se acercan a los animales”.
“La alpaca es testaruda, por eso, cuando alguien se enfada, se dice que ‘viene como alpaca’
“Tengo dieciséis alpacas”, nos dice mientras oímos a los animales balar como gatitos. “En esta zona, todo el mundo tiene su ganado, y todo el mundo cría rebaños”, dice mientras acaricia a una de sus alpacas. El trabajo con estos animales proporciona carne y lana y es parte integrante de la vida en la Puna. En este entorno, se aprovechan al máximo todos los recursos. “Vendemos la lana y la carne. La carne es muy apreciada porque es muy jugosa, y la lana es buena para los tejidos: bufandas, chales, ponchos, calcetines, gorros, guantes… ¡Nos vestíamos enteramente con ella!”
Mientras caminamos, las imponentes colinas que nos rodean nos recuerdan constantemente las leyendas que han conformado la visión del mundo de estas mujeres. Celia nos cuenta algunas de estas historias, transmitidas de generación en generación, que explican no sólo la geografía del entorno, sino -casi como telenovelas- también las relaciones humanas y sus desafíos. Celia nos invita a almorzar -patatas, charqui, quinua, canchita (maíz tostado)- antes de despedirnos. Una alpaca se resiste a volver al corral. “La alpaca es testaruda, más que la llama, por eso cuando alguien se enfada, dice que ‘viene como alpaca”
Más que un cereal
La quinoa y las alpacas son la base de la subsistencia en la Puna. El proceso de plantar, cosechar y procesar la quinoa es un arte transmitido de madres a hijas durante generaciones.
“Todo viene de la quinoa”, dice Teófila Challapa, que lleva un gorro con una banda roja, un traje tradicional de lana de alpaca y largos collares de colores. Estamos bajo un pequeño cobertizo de paja en su patio. Frente a nosotros, su abuelo octogenario trabaja en un pequeño huerto. Se acerca con un fardo de “zipotola” , un arbusto de la pampa. “Tiene muchos usos: para teñir o incluso medicinalmente, junto con una infusión de limón”, nos dice.
“Huele tan bien que me lo quiero comer ahora mismo”
Teófila nos muestra distintas variedades de quinoa de varios colores, “aunque la roja es la más sabrosa”. Con movimientos lentos pero firmes, se inclina para encender el fuego con cerillas y vierte delicadamente la quinoa en una bandeja. Con un manojo de paja vegetal de los bofedales, lo remueve hasta que el cereal crepita y lo transfiere de un recipiente a un cuenco de piedra llamado “taquiraña”.
Levanta el cuenco por encima de la cabeza y, con la habilidad de un malabarista, deja que el viento se lleve las cáscaras. Después pasa la quinoa por un tamiz y ya está casi lista. Teófila nos muestra el resultado en sus manos. Es nuestro producto ancestral, el que hemos cultivado con harina, sémola, jugos, arroz con leche… “¿Cuál es tu plato favorito con quinoa?” Pregunto. “Huipo: harina tostada que, con agua y un poco de azúcar, constituye un gran almuerzo’.



Hilando fino
Este es mi pueblo”, exclama Susana con orgullo cuando llegamos a Ancuaque, donde un grupo de mujeres locales nos espera para mostrarnos su arte tejiendo. Al frente del grupo está Teófila, que nos saluda con una sonrisa. Nos acercamos a la comadre, antiguo lugar de reunión utilizado en el pueblo para reuniones y celebraciones. A veces nos juntamos en grupo para tejer; es una buena oportunidad para charlar y compartir opiniones’.
Sopla una suave brisa mientras la luz dorada de la tarde ilumina el hermoso paisaje montañoso que nos rodea. El grupo toma asiento y dispone con calma sus hilos y herramientas. Teófila me invita a sentarme a su lado. “Desde el cuidado del animal hasta la prenda final, es un proceso que me encanta”, me dice. “Antes de empezar, primero hay que cuidar al animal durante tres años antes de esquilarlo”, dice refiriéndose a las alpacas. “Hay varias especies, cada una con su tipo de lana y sus colores”, explica, mostrándonos diferentes hilos. “Para un pastor, su rebaño es como una cuenta bancaria” -interviene Susana-. “Si necesitan dinero, sacrifican una llama para la carne o una alpaca para la lana”.
Mientras habla, Teófila teje lo que será una colorida manta tradicional. Una vez esquilada, la limpieza y el lavado son las partes más laboriosas; hay que quitar los grumos y las asperezas’. Su compañera mastica hojas de coca mientras ayuda en el proceso. “La mayor parte de la lana la tejemos nosotros mismos, pero también nos la compran cruda o ya hilada”.
“Para un pastor, su rebaño es como una cuenta bancaria. Si necesita dinero, sacrificará un animal”
Visión de futuro
“”El turismo abarca dos aspectos: la conservación y la transmisión de nuestros conocimientos y técnicas”, me dice Danisa Moscosa, presidenta de la comunidad aimara de Inquaque. A través del turismo, estas mujeres consiguen que su cultura y sus conocimientos no se pierdan, sino que se fortalezcan y se adapten a los tiempos modernos. Mi visión de futuro es hacer de Cariquima un pueblo turístico, pero en el que los lugareños inviertan y se hagan cargo de los negocios y las experiencias turísticas”, me dice Susana. Ha demostrado una gran determinación durante los dos últimos días, lo que nos hace confiar en que esta visión se hará realidad.
En la cultura aimara, las montañas protectoras, conocidas como Mallku, son veneradas por su poder y sabiduría. Del mismo modo, con su sabiduría y fuerza, Susana y estas mujeres se han convertido en las Mallku de sus comunidades, garantizando que las tradiciones y la cultura aimara permanezcan vivas para las generaciones futuras.
Vive el altiplano con Andino Travel
Andino Travel es un operador turístico certificado que ofrece viajes especializados que muestran las maravillas del territorio ancestral andino en la región de Tarapacá. A través de actividades diseñadas para asegurar una experiencia única e inolvidable junto a los habitantes locales, Andino Travel promueve la interacción con la naturaleza, la cultura y las tradiciones.